Comparto aquí algunas ideas sobre el futuro de la ciencia y la tecnología en México, particularmente en lo que toca a las ciencias sociales que es lo que conozco, aunque con posible aplicación a todas las ciencias en general. Estos son momentos
interesantes, pero también complicados para México. Hay mucho ruido político y muchos prejuicios, al tiempo que hay poco diálogo y pocos intentos por impulsar visiones compartidas en torno a lo que el país requiere. En este sentido, acaso estas ideas sirvan de algo para lo que eventualmente debería ser un Plan Nacional de Desarrollo de todos los mexicanos, con independencia de sus preferencias o filiaciones políticas.
Me gustaría en particular enfocarme en el tema de la vinculación de los centros públicos de investigación (como el CIDE, en donde trabajo) con la academia global. Esto me permite reaccionar a la propuesta del CONACYT y su alta dirección sobre la necesidad de impulsar en México una “soberanía científica”, entendida como la capacidad de nuestra comunidad académica para decidir por sí misma, sin tener que aceptar modelos impuestos del exterior. Todo ello con la idea de atender mejor los grandes problemas nacionales.
Adelanto mi argumento: una comunidad científica que haga ciencia de frontera, que busque responder a los problemas y retos nacionales de hoy y del futuro próximo, sólo podrá volverse realidad en la medida en que sus miembros estén integrados en una conversación que rebase fronteras institucionales y nacionales; que discuta y ponga a prueba ideas y teorías de otras jurisdicciones; que intercambie conocimientos y experiencias empíricas de diversas latitudes. Si la soberanía resulta ya un término problemático en las relaciones y el derecho internacionales, lo es aún más en ambientes científicos. En estos las consideraciones nacionalistas resultan poco relevantes, por decir lo menos, para valorar la importancia de una teoría, la validez de un argumento o la utilidad de un caso de estudio para la docencia.
En un mundo como el nuestro, donde las telecomunicaciones, las tecnologías, los medios de transporte, las migraciones y hasta las telenovelas nos sirven para compartir ideas, actitudes y conocimientos, hablar al mismo tiempo de ciencia de frontera y de soberanía científica es expresar un oxímoron. Más importante aún, si lo que realmente queremos es resolver nuestros problemas y retrasos nacionales, lo mejor que podemos hacer es abrir nuestros ojos y mentes a lo que ocurre en el mundo, compararnos con otras naciones, aprender de sus éxitos y fracasos político-administrativos. Sólo así podremos informar y enriquecer tanto nuestros programas de investigación y docencia, como nuestras decisiones gubernamentales.
Así como los mexicanos no inventamos la democracia ni el método científico, pero nos hemos servido de ellos para tener una mejor vida en sociedad, los integrantes de las instituciones académicas del país, particularmente las públicas, debemos necesariamente estar en comunicación con nuestros colegas de otras partes del mundo. Debemos conversar con ellos, colaborar con ellos e impulsar de manera conjunta desarrollos científicos útiles para el país y, por qué no, para el mundo. Una visión de apertura y vinculación internacional puede ser útil para impulsar el conocimiento científico y, al mismo tiempo, para atender preocupaciones sociales relevantes.
A manera de ejemplo, reseño aquí brevemente dos experiencias que conozco bien como lector (la primera) y como investigador participante (la segunda). La primera es el proyecto “Coordinating for Cohesion in the Public Sector of the Future” (http://www.cocops.eu/), en el que estuvieron involucrados académicos de once universidades en 10 países de Europa. El proyecto duró tres años y medio y sirvió para generar decenas de estudios sobre los efectos de las reformas gubernamentales asociadas a la llamada “Nueva Gestión Pública” en las instituciones y servicios públicos de los países de dicha región. Fue un proyecto estrictamente académico, que generó “papers”, artículos, capítulos y libros, y que respondió a preguntas de investigación pertinentes para la región estudiada, pero que al mismo tiempo resultaron relevantes para la comunidad internacional. De hecho, algunos de los productos académicos del proyecto han aparecido en mis cursos de Administración y Políticas Públicas en el CIDE, así como en mis publicaciones recientes sobre reformas administrativas. La riqueza de este proyecto sólo fue posible porque se combinaron en él las visiones, metodologías, teorías y evidencias empíricas aportadas por una red de más de una docena de expertos de distintos países.
En términos científicos, el proyecto permitió generar conocimientos de frontera, es decir novedosos y originales, sobre un tema específico: los efectos de la NGP en los países de Europa. Pero el proyecto no sólo tuvo utilidad académica, sino que además fue relevante en términos sociales porque aportó hallazgos potencialmente útiles para informar los debates políticos y enriquecer el diseño de programas gubernamentales de modernización administrativa. Gracias a este estudio fue posible sustentar, con evidencia cualitativa y cuantitativa, los efectos diferenciados de las reformas neogerenciales. Algunas de estas reformas pareciera que pueden llegar a funcionar bajo ciertas condiciones institucionales, pueden generar mayor eficiencia o, incluso, pueden elevar la calidad de los servicios públicos. Sin embargo, otras parecieran generar mayores inequidades entre poblaciones vulnerables, reducir las capacidades administrativas de los gobiernos o disminuir el interés de los jóvenes por trabajar en el sector público. Así, todos estos son hallazgos científicamente importantes y socialmente útiles.
El otro ejemplo que me gustaría mencionar brevemente es el proyecto sobre regulación y desarrollo que actualmente estoy realizando con el Profesor Martin Lodge del Center for Analysis of Risk and Regulation, con el apoyo de una Newton Advanced Fellowship de la British Academy. Lo primero que me gustaría resaltar es que éste es un proyecto (de tres años) que está siendo posible porque una institución extranjera ha considerado que vale la pena invertir en crear colaboraciones entre investigadores del Reino Unido y otros países con el simple objetivo de generar conocimiento científico. Hasta donde sé, no hubo consideraciones de soberanía en el proceso de selección de propuestas, ni mucho menos hubo imposiciones hacia nosotros en términos de temas o enfoques.
Gracias a este proyecto, hemos podido realizar diversas actividades académicas y estamos preparando varias más para próximos meses. Por ejemplo, hemos organizado foros de análisis y discusión sobre múltiples temas regulatorios en los que han participado profesores de la División de Administración Pública y del Programa Interdisciplinario en Regulación y Competencia Económicas del CIDE, profesores de LSE y profesores de otras universidades latinoamericanas (Brasil, Colombia), europeas (España, Francia) y de medio oriente (Israel). También han participado reguladores británicos y mexicanos (IFT, COFECE, ASEA, CNH, CRE, CONAMER). Además, estamos redactando varios documentos sobre el desarrollo, las características y el desempeño de las instituciones reguladoras mexicanas. En colaboración con estudiantes y colegas del CIDE, hemos ya publicado algunos textos sobre la materia. También estamos preparando la construcción de una red latinoamericana de estudiosos sobre temas de regulación con colegas de otras instituciones de la región.
En términos individuales, el proyecto me ha servido para establecer vínculos con numerosos expertos internacionales, incluyendo colegas latinoamericanos que no conocía y con quienes ahora estoy colaborando. Además, he tenido oportunidad de revisar con mayor detenimiento diversas literaturas académicas que hoy resultan importantes para entender la realidad del país. Por ejemplo, las discusiones sobre reguladores autónomos, reputación institucional o capacidades regulatorias. Todos estos son temas que forman parte de las discusiones globales en materia de regulación, para las cuales por cierto resulta vital saber algo del caso mexicano y de la experiencia latinoamericana en lo general. A la vez, las lecturas y las experiencias empíricas en materia de regulación de otros países son útiles porque nos ayudan a describir, entender y explicar mejor las dinámicas que hoy en día ocurren en el país. Piénsese, por ejemplo, en la relación entre el jefe del ejecutivo y los diversos organismos reguladores, incluyendo asuntos como la potencial “captura institucional” (de parte de intereses económicos, políticos o gubernamentales) y los efectos que la misma tendría en la credibilidad y consistencia de las decisiones regulatorias. De nuevo, como en el caso del proyecto COCOPS, nuestro proyecto se centra en cuestiones académicas de frontera, pues procesos similares de reforma regulatoria han ocurrido y siguen ocurriendo en Europa y América Latina. Sin embargo, el proyecto es al mismo tiempo útil para México precisamente porque toca temas de actualidad sin ceñirse, a priori, a teorías o enfoques mexicanos.
Cierro estas notas con algunas ideas de corte más general. La vinculación de la academia mexicana con el mundo es no sólo necesaria, sino indispensable. Los conocimientos científicos hoy en día circulan libre y globalmente en numerosos journals, handbooks y volúmenes editados, que dan cuenta de la riqueza intelectual y académica internacional. En esas miles de páginas hay teorías, conceptos, marcos analíticos, datos y casos empíricos que bien pueden servirnos para estar en la frontera del conocimiento como lectores. Asimismo, pueden desatar nuestra creatividad y nuestra crítica constructiva para involucrarnos en los debates globales y hacer aportaciones propias. En este sentido, nuestra “soberanía científica” sólo podrá ejercerse a plenitud si somos activos participantes en conversaciones académicas internacionales.
De hecho, considero que los centros públicos de investigación (CIDE incluido) deberían asumir con mayor fuerza un papel de “hub” académicos: volverse espacios de encuentro, de cruce y conexión entre regiones, en donde expertos de todo el mundo (norteamericanos, latinoamericanos, europeos, asiáticos, africanos) dialoguen, debatan, analicen y colaboren con expertos mexicanos, y juntos construyan y muevan las fronteras del conocimiento nacional e internacional en ciencias sociales.
Comparto plenamente la preocupación del gobierno actual y de CONACYT por atender problemas como la gestión de las cuencas, la promoción de la salud o la construcción democrática. Pero no veo cómo podremos hacerlo, de forma responsable, informada y comprometida, sin vincularnos a nuestros colegas de otras latitudes, sin leerlos, sin conocer sus experiencias nacionales, sin trabajar con ellos, sin escuchar sus críticas y opiniones.
Los problemas cognoscitivos y prácticos del país son, como los de cualquier otra nación, únicos. Ahora bien, las cuestiones de pobreza, infraestructura, regulación, educación, salud, gobernabilidad, etc., existen, se atienden, se analizan y se tratan de resolver en todos los países del mundo, no sólo en México. Pensar que debemos enfrentarnos solos, como mexicanos, a nuestra realidad es no entender que la ciencia y la tecnología, ya sean básicas o aplicadas, naturales o sociales, siempre han sido, son y serán asuntos con aristas e implicaciones globales.
Mauricio I. Dussauge Laguna
División de Administración Pública, CIDE