Administración pública en México: racionalidad, género y poder

Ithandehui Jaimes Jiménez

En marzo del 2020 la titular de la Secretaría de la Función Pública anunció que se abrirían 1700 plazas exclusivas para mujeres que quisieran convertirse en funcionarias públicas (Ordaz, 2020). La razón de este acto se encuentra en la inequidad de género que persiste en esta y otras organizaciones. Por ejemplo, de los puestos de mando en la Administración Pública Federal (APF) únicamente el 35% son ocupados por mujeres (Ordaz, 2020). En este texto se defenderá la hipótesis de que parte de la desigualdad de género dentro de la APF se debe a una asociación entre la racionalidad instrumental y la masculinidad que genera una asimetría en las relaciones de poder entre hombres y mujeres y que, por lo tanto, los estudios con perspectiva de género dentro de la teoría organizacional son importantes para el análisis de las diferencias de género dentro de la APF.

Para lograr lo anterior, primero se realizará un análisis de las características atribuidas a la racionalidad basado en los textos de cuatro autores: Weber, Scott, Foucault y Simon. Después, se compararán estas características con las que han sido históricamente asociadas a la masculinidad. Por último, se realizará una reflexión alrededor de la importancia de la perspectiva de género en el análisis del poder formal e informal con base en los textos de Crozier y Friedberg y Bendl.

Para Weber (1922/1983) la acción social puede estar determinada de cuatro formas distintas: la primera es la racional con arreglo a fines, que se caracteriza por la relación entre medios y fines evaluados de forma racional; la segunda es racional con arreglo a valores, determinada por una creencia valorativa, por ejemplo, ética o religiosa; la tercera se refiere a la acción social afectiva y emocional; y, por último, la tradicional, que es determinada por costumbres arraigadas. Weber (1922/1983) plantea una dicotomía entre la acción orientada a fines, caracterizada por una racionalidad instrumental, y la acción afectiva al describir el acto racional como aquello que no es ni afectivo, ni emocional, ni tradicional sino como una orientación de la acción basada en la evaluación de medios y fines.

Las características de la racionalidad descrita por Weber pueden encontrarse también en el modelo que sería utilizado como punto de referencia para todos los comportamientos en la razón gubernamental neoliberal: el homo economicus (Foucault, 2007). Para el autor una de las características más fundamentales del modelo es que sus conductas implican una asignación óptima de recursos escasos a ciertos fines, en otras palabras, se refiere a toda conducta finalista que implique una elección estratégica de medios (Foucault, 2007). La definición del homo economicus asume una conducta racional con características de eficiencia y eficacia en la asignación de recursos, dicha racionalidad es necesaria para hacer un análisis económico de la conducta.

Es el mismo modelo de racionalidad el que subyace también la fe en la ciencia que, de acuerdo con Scott (1998), caracteriza a la ideología alto-modernista, así como a una idea de la gobernabilidad basada en la racionalización y simplificación de la sociedad con el fin de hacerla más “legible” y por tanto más administrable. Scott (1998) enfatiza la idea del control sobre la naturaleza y la sociedad que, para la ideología antes mencionada, es fundamental para la planeación eficiente de las sociedades, siendo así la eficiencia uno de los valores fundamentales para la administración.

Adicionalmente, Simon (1949, p. 73) describe la racionalidad como “la elección de alternativas preferidas de actividad de acuerdo con un sistema de valores cuyas consecuencias de comportamiento pueden ser valoradas”. Esta definición tiene una gran similitud con la relación entre fines y medios planteada por Weber y con las características del homo economicus, sin embargo, Simon (1949) se cuestiona la intervención de procesos inconscientes en la toma de decisiones e introduce la posibilidad de que el individuo en su toma de decisiones se base en información incompleta o “defectuosa”. Finalmente, establece que la racionalidad sucede cuando la conducta “maximiza unos valores dados en una situación dada”, aunque la maximización se realice de manera “relativa al conocimiento real del sujeto” (Simon, 1949, p. 74). Esta nueva perspectiva, a pesar de integrar los límites de la racionalidad vuelve a centrarse en la maximización, aunque subjetiva e imperfecta, y el ajuste entre fines y medios.

Si bien las definiciones otorgadas por los autores antes mencionados no son planteadas necesariamente como algo “deseable” sí otorgan una perspectiva general del tipo de legitimidad utilizado en el tipo ideal burocrático (Weber, 1922/1983). De acuerdo con Weber (1922/1983) el tipo ideal más puro de legitimidad racional es la burocracia pues se basa en una expectativa de precisión, impersonalidad, aplicabilidad universal, técnica para alcanzar resultados óptimos y el uso de saberes profesionales especializados como instrumento principal. En esta definición se encuentra también la confianza en la técnica y la ciencia y los criterios utilitarios y de maximización planteados por los autores previamente desarrollados.

La idea de racionalidad que, de acuerdo con Weber, Foucault, Scott y Simon, subyace en gran parte el “ideal” de administración, burocracia y gobernabilidad tiene las siguientes características: una clara y estratégica relación entre fines y medios; la impersonalidad y objetividad en directa oposición con la emoción y el afecto; la idea de la maximización; y el énfasis en el control, la eficacia y la eficiencia, además de la confianza en la ciencia y la técnica.

…el liderazgo y la jerarquía tienden a relacionarse con características similares a la racionalidad, tales como la eficiencia, la impersonalidad, la imparcialidad, así como también la adherencia a las reglas, el individualismo, el asertividad y el control, que son reconocidas por la opinión popular como un opuesto a lo “naturalmente femenino”

Schachter, 2017

¿De qué manera se relacionan las características antes mencionadas con la masculinidad? La relación entre la racionalidad y la masculinidad es histórica, fueron los filósofos griegos quienes en principio asociaron a las mujeres con la emoción y la naturaleza y a los hombres con la razón y la mente (Ross‐Smith y Kornberger, 2004). La masculinidad tiende a relacionarse con el pensamiento abstracto, el juicio objetivo, la neutralidad y la impersonalidad, mientras que la feminidad se asocia con lo subjetivo y emocional (Ross‐Smith y Kornberger, 2004). También existe una diferencia entre las tareas y actividades asociadas a hombres y mujeres, siendo los primeros quienes se enfocan más en fines de medición, comparación, cálculo cuantitativo y eficiencia, mientras que las mujeres tienden a ser relacionadas con tareas de cuidado y relaciones interpersonales (Ross‐Smith y Kornberger, 2004; Schachter, 2017). En este sentido, la gestión científica, la técnica y la profesión, al estar directamente relacionados con la racionalidad, también pueden ser contemplados como actividades masculinas.

Dentro de las organizaciones, como en la APF, el liderazgo y la jerarquía tienden a relacionarse con características similares a la racionalidad, tales como la eficiencia, la impersonalidad, la imparcialidad, así como también la adherencia a las reglas, el individualismo, el asertividad y el control, que son reconocidas por la opinión popular como un opuesto a lo “naturalmente femenino” (Schachter, 2017). Este texto no asume una relación entre la feminidad y la mujer, y la masculinidad y el hombre, sin embargo, sí supone que culturalmente el sexo y el género están fuertemente asociados, y por lo tanto la perspectiva de lo que es considerado como femenino y masculino afecta directamente a la cotidianidad de las personas. De esta forma, la relación de la racionalidad con la masculinidad puede estar generando un sesgo dentro de la organización que favorece la obtención de puestos de alta jerarquía por parte de los hombres y, a su vez, dificulta que las mujeres accedan a dichos cargos.

La relación jerárquica que existe según los puestos de mando establece relaciones de poder dentro de la APF que, según Crozier y Friedberg (1992), son cruciales para entender el contexto organizativo pues determinan en gran medida las estrategias y las áreas de incertidumbre que los trabajadores manejan. Sin embargo, también es cierto que la estructura formal de la organización no es la única que define las áreas de incertidumbre. Para Crozier y Friedberg (1992), el poder no es un atributo de los actores sino una relación en la que se implica la posibilidad de uno de ellos de actuar sobre los otros, en este sentido, el poder dentro de las organizaciones se ve ampliamente influenciado por la estructura jerárquica de la misma.

Hasta ahora, en este texto se ha hablado únicamente sobre las relaciones de poder establecidas por la jerarquía formal de la APF donde la mayoría de los puestos de mando son ocupados por hombres y se presentó la asociación entre la racionalidad y la masculinidad como una de las posibles explicaciones a este fenómeno, sin embargo, el impacto del género dentro de las relaciones informales también resulta de gran importancia. Un ejemplo de esto fue encontrado por Pingleton, Jones, Rosolowski y Zimmerman (2016), quienes reportan que las mujeres, a pesar de tener cargos jerárquicos altos dentro de una organización se enfrentan a retos como a ser constantemente ignoradas por miembros de la misma con puestos de igual o menor jerarquía, así como a la exclusión e invisibilización de sus opiniones en reuniones con hombres de sus mismos cargos, igualmente, se enfrentan a los prejuicios de género que provocan que se les asignen tareas asociadas a lo “femenino” o que les dificultan generar una credibilidad de su autoridad (Cynthia, 2017).

Lo anterior señala que, a pesar de que una mujer se encuentre en una posición alta en la estructura formal de una organización, que le otorgaría un grado igual o mayor de poder frente a otros miembros de esta, los roles de género juegan un papel en las relaciones informales de poder que permite que sus ideas y opiniones pierdan peso frente a las de sus compañeros generando así una dinámica de poder en las relaciones informales opuesta a la establecida por la estructura formal.

El análisis del poder, así como de muchos otros conceptos y discursos en el estudio de las organizaciones, es presentado como neutral al género y a otro tipo de condiciones que, en la realidad, podrían estar permeando la práctica organizacional (Ross‐Smith y Kornberger, 2004; Bendl, 2000).  Bendl (2000) plantea que, aunque la teoría de la organización se construye discursivamente como “carente de género” se ha descrito desde una perspectiva masculina, y presenta una serie de preguntas referidas al conocimiento, la teoría y los intereses a los que sirven que podría ser relevante revisar desde la perspectiva de género. En este sentido, resulta importante incorporar un análisis del lenguaje organizacional desde los conceptos más básicos de la teoría, pues eso puede, entre otras cosas, ayudar a visibilizar la desigualdad de género dentro de las organizaciones e incluso promover soluciones que hasta ahora no han sido contempladas, además de introducir discusiones alrededor de los ideales y las características que se plantean como deseables dentro de las organizaciones.


Referencias

Bendl, R. (2000). Gendering organization studies: a guide to reading gender subtexts in organizational theories. The Finnish Journal of Business Economics, 3, pp. 373.393

Crozier, M. y Friedberg, E. (1992). El actor y el sistema. México: Alianza Editorial.

Cynthia, S. (2017): Who does she think she is? Women, leadership and the ‘B’(ias) word, The Clinical Neuropsychologist, DOI: 10.1080/13854046.2017.1418022

Foucault, M. (2007) El nacimiento de la biopolítica. Curso en el College de France (1978-1979). México: Fondo de Cultura Económica.

Ordaz, A. (2020, 5 de marzo) Mujeres ocupan 35% de los puestos de mando en el gobierno. Forbes. https://www.forbes.com.mx/mujeres-ocupan-35-de-los-puestos-de-mando-en-el-gobierno/

Pingleton, S., Jones, E., Rosolowski, T. y Zimmerman, M. (2016). Silent bias: challenges, obstacles, and strategies for leadership development in academic medicine—lessons from oral histories of women professors at the University of Kansas. Academic Medicine, 91(8), 1151-1157. DOI: https://doi.org/10.1097/ACM.0000000000001125

Ross‐Smith, A., y Kornberger, M. (2004). Gendered rationality? A genealogical exploration of the philosophical and sociological conceptions of rationality, masculinity and organization. Gender, work & organization, 11(3), 280-305. https://doi.org/10.1111/j.1468-0432.2004.00232.x

Schachter, H. (2017). Women in public administration: Giving gender a place in education for leadership. Administration & society, 49(1), 143-158. https://doi.org/10.1177%2F0095399715611173

Scott, J. (1998). Seeing like a state: How Certain Schemes to Improve the Human Condition Have Failed. New Heaven: Yale University Press.

Simon, H. (1949). El comportamiento administrativo: estudio de los procesos de adopción de decisiones en la organización administrativa, Madrid: Aguilar.

Weber, M. (1922/1983). Economía y Sociedad, México: Fondo de Cultura Económica.