Editorial Estación Totoaba
El Presidente Andrés Manuel López Obrador anunció que la siguiente presidenta del Consejo Nacional para la Prevención de la Discriminación será una mujer indígena. ¿Es esto un ejemplo de burocracia representativa? ¿Cuáles son los límites de este concepto? ¿Cómo debemos adaptarlo para la situación mexicana? ¿Cómo podemos crear una burocracia que refleje de manera genuina las identidades e intereses de la población? Democratizar el acceso a los puestos en la Administración Pública es necesario, pero quizás no suficiente para garantizar equidad social.
En esta ocasión tuvimos de invitado al Dr. Edgar Ramírez de la Cruz, director de la División de Administración Pública (DAP) del CIDE, quien puso sobre la mesa cuestiones trascendentales acerca de la burocracia representativa. Preocupados con la representación de minorías en burocracias con mayor discreción al hacer políticas públicas, investigadores en Estados Unidos teorizaron las características y beneficios de una representatividad burocrática en términos de raza, género, confianza y efectividad en obtener equidad social. La discreción implicó que funcionarios tomaran decisiones repletas de juicios valorativos y políticos. La brecha entre funcionarios varones y blancos gobernando una población diversa representaba un problema político en el que todos los intereses y valores de la sociedad no tenían lugar en la burocracia estadounidense.
En México, aún nos seguimos preguntando si la administración pública se puede desligar de la política. Si la respuesta es negativa, debemos poner especial atención no solo en la representación política, sino también en la representación burocrática, ya que al final del día, este cuerpo administrativo es el que interpreta los mandatos y hace que cualquier proyecto gubernamental cobre vida. No obstante, la burocracia representativa no es una solución per se, ya que, sin los instrumentos técnicos, ni el desarrollo profesional necesario para cumplir con sus mandatos, el verdadero impacto de este tipo de burocracia se ve ampliamente reducido.
La necesidad de una burocracia capaz y leal (a toda la sociedad) puede generar una tensión entre técnica y representatividad. Por un lado, una tecnocracia desconectada de las diferentes realidades que se vive en un territorio podrá tener un conocimiento técnico, pero no la sensibilidad para reconocer las matices de las diferentes manifestaciones de un solo problema. Por otro, una administración representativa y consciente de los problemas de sus conciudadanos carece de las herramientas y habilidades para definir problemas, producir soluciones, implementar y evaluar sus resultados de manera efectiva. ¿Una burocracia técnica y otra representativa están inherentemente en conflicto?
Quizás esto sea un falso dilema. Una buena burocracia está compuesta por servidores públicos preparados en la técnica y provenientes de todos los grupos sociales del territorio que ayuda a gobernar. Lograr construir dicha burocracia implica un trabajo minucioso: diferenciar los puestos y habilidades requeridas para flexibilizar requisitos en función de las exigencias; mejorar la calidad y la equidad del sistema educativo; hacer accesible los programas de formación y los mecanismos de reclutamiento; reducir la dependencia del capital social en el reclutamiento; entre muchos otros elementos. El problema es que el tiempo avanza, y el sentimiento de injusticia y rechazo a la burocracia crece sin paciencia por resultados que serán visibles en décadas. Estos tiempos exigen soluciones inmediatas que a su vez acompañen proyectos a largo plazo. De ahí la necesidad de adaptar el concepto y pensar la urgencia e implementación de la burocracia representativa.
¡Acompáñenos en este viaje desde la Estación Totoaba con el Dr. Ramírez!
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