La Administración Pública en México. Una saga en tres actos: pasado, presente y futuro

ACTO SEGUNDO

[Se escucha una voz, fuerte, anunciando]

¡Tercera llamada!

¡Segundo acto, iniciamos!

[Sale el narrador, de nuevo. Ahora se le ve incluso abatido, más viejo. Como si hubiera envejecido 10 o 15 años. En la pantalla del escenario siguen sucediéndose fotos, pequeños recortes de periódicos, algunos vídeos, que van reforzando el monólogo presentado en el primer acto. Quien continua, con voz que refleja cansancio.]

El sistema político de México requiere de grandes transformaciones.  La desigualdad, la pobreza, la impunidad, la corrupción parecen la constante de toda acción de nuestro gobierno. La tragedia mexicana es que ese sistema que produce corrupción, impunidad, ilegalidad es un sistema, de eso no cabe duda: sin dádivas clientelares, no hay partidos. Sin sobornos no funciona la relación entre empresas y autoridades, entre ciudadanos y gobierno. Sin palancas, pocas cosas se pueden alcanzar: desde el ciudadano más humilde hasta el empresario más elitista, usan palancas para resolver sus más diversos problemas. Y las palancas, obviamente, reproducen la desigualdad: los más influyentes tienen mejores palancas y logran doblar las reglas formales más seguido y con más posibilidad. Y la administración pública está en medio, justamente, de esta dinámica: es víctima y victimaria en un sistema de palancas y de corrupción.

Cierto, ciertísimo: es necesario cambiar este estado de cosas.

La pregunta es ¿y cómo? [El narrador se detiene, voltea a ver a su público, como esperando respuestas, opiniones. No obtiene nada, solo un silencio prolongado. El expositor sonríe sarcásticamente.]

Una cosa puede quedar clara: repetir el camino que hasta ahora se ha seguido es la fórmula para cambiar sin cambiar. El sistema de botín, el que se vea a la administración pública como un brazo a disposición de la voluntad política del presidente y de los partidos es buena parte de la razón de los malos gobiernos que se sufren en México.

En una democracia, la pluralidad es un don. Un don que, sin embargo, es fuente del conflicto: en una democracia se compite por el poder en una arena llena de personas que piensan distinto y defienden intereses propios. Los fines, los valores en una democracia siempre están en disputa. Y la política es la manera de discutir esos fines y buscar las formas para lograrlos.

Un gobierno es una pieza política en una democracia. Inevitablemente, la política sigue su cauce y afecta, dirige, controla al aparato gubernamental. En una sociedad plural hay un solo dogma: no puede haber… no debe haber “monopolio de la verdad “. El que se arroga la verdad está en camino de la dictadura.

Disputa y conflicto. De esto está hecho la democracia. Deliberación en libertad y diálogo, por lo tanto. En una democracia, la acción gubernamental también está en disputa. Qué medios, qué resultados, qué fallas, qué aciertos, todo esto está en discusión en una democracia y la administración pública requiere organizarse y trabajar para diseñar y ejecutar soluciones, en ese ambiente político de disputa de los fines y de los medios. 

¿Cómo es una administración pública efectiva en estas condiciones?  Es el aparato que organiza y ejecuta, ese es su papel fundamental. Para ello, se requiere de conocimiento, técnica, proceso y legalidad. Pero si es un botín, entonces todo ese conocimiento y técnica se vuelven poco importantes, se hacen manipulables por los políticos en su turno en el poder. En muchos países se ha entendido que no existe gobierno sin administración pública técnica y profesional. Pero también, para ser una buena administración pública se requiere que sea legítima. Como botín, la legitimidad no existe, socialmente hablando. Una administración pública botín está condenada a la ineficacia y la ignominia.

Para que una administración pública deje de ser botín se requiere construir condiciones políticas que le permitan tener cierta autonomía del poder político inmediato. Así puede dar estabilidad a las decisiones, paso a paso, en el tiempo, creando una administración pública que ejecuta, que es capaz, y que se legítima ante la sociedad por su capacidad y por su respeto a las reglas. Por sus resultados, que no solo dependen de la voluntad del ejecutivo, en apariencia omnipresente, realmente impotente.

[El narrador enfatiza, casi grita esta última frase.]

Esa es la experiencia de muchos países y México no es la excepción: un gobierno y una administración pública organizada, profesional, técnica y cercana, no se genera por sí misma o espontáneamente. Los políticos si no los presionamos como sociedad, tampoco harán ese cambio: ¡¡¡no les conviene!!!

[el narrador levanta la voz, lanza los papeles que tenía en las manos. Mira al público que se muestra animado frente a esta reacción del presentador. Algunas personas en el público están al filo de sus asientos motivados por el discurso y esta última frase.]

El sistema de botín es una compleja y heterogénea serie de actitudes, ideas, prácticas que han perdurado por siglos en el país. Lo peor que se podría hacer ahora, es repetir la historia y crear un nuevo sistema de botín: es decir, uno que asuma que la voluntad política y las buenas intenciones de los políticos en turno, son suficientes para convertir al actual aparato administrativo en uno capaz.

[El narrador continua con un tono apasionado, moviendo sus manos, gesticulando mucho y abriendo bien los ojos, contagiando a las personas en la audiencia hasta ahora pasivas.]

El bienestar de una sociedad desigual y heterogénea como la mexicana, en un mundo globalizado, pasa por las más simples lógicas de distribución y entrega de servicios a una población diversa y con muy distintas necesidades. Y también pasa por regular mercados, evitar monopolios, reducir la corrupción, otorgar seguridad, cuidar el medio ambiente, proteger los derechos humanos más diversos, hacer crecer la economía y crear riqueza material e innovación en todos los campos. Prepararnos y estar listos para enfrentar pandemias sanitarias, lo estamos viendo, sin duda.  

Sin una administración pública sólida y profesional, estos temas se seguirán atorando. Y para ser capaz, necesita ser legítima: no un brazo ridículo de un partido o de una persona. [Esta última frase es enfatizada por el narrador en un tono aprehensivo, desde las sombras mira a algunas personas asintiendo.]

Lo que hemos visto y seguimos viendo hoy día es más de lo mismo: un gobierno basado en la lógica de botín, de reparto político de la administración pública, de su uso como base para la repartición de bienes en lógicas clientelares. ¡Qué manera de tirar a la basura una oportunidad de oro de hacer un cambio significativo! [El narrador lo dice casi llorando al darse cuenta de lo que está diciendo.]

Es claro entonces: sin darle legitimidad, en vez de estar destruyendo a la poca capacidad que se había logrado construir, la administración pública mexicana seguirá siendo incapaz, capturada por lógica de palancas, de clientelar.

[El narrador se queda quieto, con la mirada perdida. El telón se cierra. Música de Chopin aparece en el fondo. Parte del público siente una profunda tristeza y malestar, algunos aclaran la garganta para pasar el nudo que sienten oprimiendo su garganta. Se escuchan algunas voces en el público mostrando su indignación y su asombro. De repente regresa el silencio insondable.]


[Se escucha una voz femenina, su tono es balanceado, ameno y entona las palabras de manera certera.]

«¡Primera llamada!»

Un vídeo es proyectado en la pantalla del teatro. Vemos a una académica en una entrevista, hablando del servicio profesional en México: “El fracaso del servicio profesional de carrera creado en 2003 no invalida la necesidad de avanzar en tener uno. Primero, un servicio profesional sin los trabajadores de base es un servicio muy limitado. Segundo, el servicio civil es antes que nada una institución política: su objetivo es reducir y controlar el uso discrecional de los puestos de la administración pública por razones de patronazgo, lealtades partidistas, amiguismo o influencias. Sin un gran acuerdo político donde los partidos y en general los actores políticos acepten el ‘amarrarse las manos’ y crear reglas para que la administración pública se emplee y se maneje por criterios de carrera y capacidad, ningún servicio civil o profesional tendrá viabilidad en México.”

[Se difumina el vídeo.]

La voz femenina anuncia: “¡Segunda llamada!”. [La gran pantalla se enciende. Un vídeo aparece, sin título ni créditos.]

Se observa gente en la calle de cualquier ciudad del mundo. Una mujer mayor se detiene y se pregunta — ¿por qué la burocracia es tan mala, tan inútil, tan lenta? [Cambia la imagen.] Un servidor público de ventanilla. El vídeo muestra cómo un ciudadano lo quiere sobornar para sacar su automóvil del corralón. El servidor público no toma el dinero, le reitera —Usted sólo traiga los papeles correctos y le entrego el auto, sin problema—. El ciudadano se enoja, le grita que agarre el dinero, que no tiene tiempo de ir por los papeles —¡qué no entiendes que no tengo tiempo! — le grita. El servidor público voltea desesperado a la cámara. [La imagen se paraliza.]

[Regresa la voz femenina.]

«México y su administración pública: el peor de los mundos, una administración condenada a la ineficiencia por ser botín de los políticos. Y lejana a la sociedad que está dispuesta a alimentar la corrupción, el influyentismo, a usar palancas para saltarse las reglas, puesto que, es lo único que ha aprendido a lo largo de décadas que es lo que realmente funciona cuando de gobierno se habla. Una verdadera trampa. Sociedad entrapada, sin una administración pública verdadera.»

[Se apaga la pantalla.]

Esperen la próxima semana el último y final acto de esta obra… ¿Habrá esperanza para la administración pública mexicana? ¿Podemos hacer algo para rescatarla? ¡Sigan la conclusión de esta historia!

David Arellano