Este trabajo defiende la ingeniería pública ante una ciencia política escolástica desgarrada entre teoría normativa y empírica. La sociedad vigilante entiende la vida como guerra. Frente a ello, los ingenieros aplican los avances de la ciencia a la vida diaria.
El mundo interno halla en la política una pantalla donde proyectar nuestros conflictos: esquizoides, mágicos y persecutorios. La proximidad del ingeniero a la realidad, su formación científica, su vinculación con el cliente y su contacto con los problemas cotidianos, pueden llevarle a ser un mero tecnócrata piadoso; pero también pueden protegerle de una visión delirante de la política en la que la pantalla nacional es un campo de resolución de necesidades in foro interno de los individuos.
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