La corrupción, nos dice el doctor David Arellano, es como caer en una resbaladilla. Se va cayendo poco a poco, paulatinamente, a través de muchos actos diarios que van socializando determinadas dinámicas en el camino, hasta que se hace normal.
Arellano señala que un alto porcentaje de la gente que está en la cárcel, acusada de comer actos de corrupción, asegura piensa y argumenta que no cometió acto indebido alguno, o que al momento de hacerlo no sabía que lo cometía: “actué de tal modo porque todos hacían lo mismo”; “porque se me ordenó”; “porque desde que inicié en mi trabajo, me dijeron que las cosas eran así”. Al final, porque es normal.
La corrupción es un acto negociado, es una definición de lo que es incorrecto o correcto en determinadas circunstancias, costumbres y lógicas político-sociales de un país, en un determinado momento. De esta manera es comprensible (no justificable, pero si entendible) que alguien pueda considerar “normal” una situación de conflicto de interés, por ejemplo, aceptar una transacción como privado con un posible futuro proveedor del gobierno.
No darle “mordida” a un policía de tránsito conlleva una serie de consecuencias —en la delegación, con el juez cívico, con los otros policías, con los otros infractores— donde la conclusión es evidente: el no dar la mordida trajo más problemas para el infractor honesto. La gente en estas circunstancias bien puede decir, “soy el único estúpido que no siguió las reglas reales, las aceptadas implícitamente y ahora pago las consecuencias”.
La corrupción se socializa en las relaciones con los pares; se intuye en la relación con los superiores. Se observa actuando con otros que lo van introduciendo a uno mismo en esta dinámica, lentamente.
Para combatirla, escribe el profesor Arellano, se debe cambiar no a los individuos –como si la dinámica fuera una decisión racional de un sujeto–, sino que se debe intervenir, justamente, sobre aquello que ha hecho racional a la corrupción como un acto colectivo.
Ofrece cinco pasos concretos para desnormalizar la corrupción:
- Identificar si ya hay una resbaladilla en áreas críticas o sensibles. Un buen punto para comenzar es en las contrataciones o compras, cuando la gente de diversas áreas tienen oportunidades discrecionales para contratar o negociar contratos.
- Sondear la cultura organizacional. Preguntar, con sinceridad, qué es corrupto o no para la gente en la organización; preguntar: ¿en qué condiciones se puede considerar normal contratar familiares? ¿quiénes son los clientes y cómo pueden ofrecer incentivos para “hacer eficiente un servicio”? Se deben identificar los patrones de corrupción que posiblemente ya estén funcionando y la gente considere como normales.
- Identificar y comprender los procesos de socialización que la organización tienen para introducir a la gente en la dinámica de las diferentes áreas de la organización. Determinar cuáles son los procesos para contratar a alguien, cuestionarse de qué cultura organizacional viene, que valores de acción organizacional trae con ella o él. Además, también está la forma en que la organización socializa a las personas con sus cargos, cómo aprende, cuáles rutinas, qué reglas formales e informales internaliza.
- Identificar lógicas ya actuantes de normalización. No hay que buscar sólo las lógicas que puedan ser corruptas, sino otras: Identificar estos comportamientos y cuáles de ellos pueden ser indicios de corrupción normalizada es uno de los pasos más sensibles y difíciles, pero de los más críticos para confrontar el problema.
- Crear mecanismos para cambiar y discutir esta normalización. Con programas de información constante respecto de lo que es lo público y lo privado; lo que no se puede aceptar en términos de contratación de familiares, de recepción de regalos, de negociación de contratos. Con espacios de denuncia interna creíbles y sencillos.
Como líder de una organización no temas llamarle normalización, explica a tus subordinados que son procesos que se construyen socialmente y deja claro que, sin embargo, no se pueden tolerar. La búsqueda de espacios de normalización implica aceptar que es un proceso común y que requiere de seguimiento y educación organizacional constantes.
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David Arellano Gault