David Arellano Gault
¿Qué hace diferente, especial, a una administración pública en una democracia? En este día internacional del servicio público vale la pena volver a este debate y discusión. En una democracia, por principio, no existe el monopolio de la verdad. Existen diversas definiciones de lo que es la “buena vida” y por principio cada una de ellas es legítima (asumiendo que no viola alguna definición aceptada de derechos fundamentales). Democracia es conflicto y gobernar en democracia implica lograr resultados desde una arena donde esos resultados y sus medios están en disputa. En disputa tanto social como política . Entre muchas cosas, ésta es una de las más importantes especificidades de la administración pública: es una que debe lograr resultados muchas veces en contra de los clásicos prerrequisitos o precondiciones de la administración clásica. Es a que defiende que para lograr racionalmente resultados es necesario tener un solo objetivo claro y definido, legítimo y preciso; donde se sabe que existen los medios adecuados para logarlo, y donde la evaluación puede ser objetiva, permitiendo la mejora y el aprendizaje a la organización para generar cambios lógicos y necesarios.
En la administración pública de una democracia, muchos de esos requisitos o precondiciones de la administración clásica no son alcanzables pues los fines, los medios, las técnicas, están en disputa, son discutidos y debatidos socialmente. M uchas veces se espera cumplir con varios objetivos a la vez, muchas veces estos son contradictorios. Y, las más de las veces, son evaluados y vigilados por actores con diferentes intereses, que no necesariamente son a-políticos. Además, en un contexto de problemas perversos (Rittel y Webber, 1973), es decir, en los que no existe una sola solución identificable ni ninguna de las propuestas de solución puede asegurar razonablemente que, en efecto, se terminará con el problema enfrentado. La administración pública de una democracia es, entonces, una forma de administración sumamente interesante y retadora, que tiene que lograr varios resultados, cuidando el debido proceso, la equidad del servicio, el trato igualitario a las personas y a sus derechos (más allá de su riqueza o género, por ejemplo) y acatando el marco normativo establecido .
En otras palabras, es una forma de gestión sumamente sofisticada y especializada que requiere resolver problemas públicos definidos por diferentes actores e intereses y, simultáneamente, debe ser capaz de hacerlo cuidando de procesos críticos –como la rendición de cuentas y la transparencia– en sus decisiones y actos; o dedicando importantes montos de tiempo y recursos a la evaluación y al control de sus acciones. En otras palabras, administrar en democracia implica que no todo es resultados ni eficiencia (además de que los cambios son incrementales); si no que los procesos y el cómo estos se realizan son factores de sustantivo cuidado para garantizar una dinámica de gobierno con transparencia, equidad y economía.
Una manera muy sintética de encuadrar esta situación de equilibrios complejos es afirmar que la administración pública en una democracia sabe administrar y lograr resultados en un contexto de desconfianza institucionalizada (Sztompka, 1997). En efecto, los gobiernos son criaturas políticas en una arena sustantivamente política. En consecuencia, deben ser vigilados y controlados. La desconfianza es necesaria en una democracia, por ello lo imperioso de que efectivamente haya rendición de cuentas, transparencia y evaluación. Sin embargo, ¿cómo puede actuar la administración pública en un contexto de este tipo? Justamente es posible porque al institucionalizar la desconfianza, paradójicamente, puede aparecer la confianza desde la sociedad. Un gobierno capaz, lo es sólo si rinde cuentas, si es evaluado, si es transparente, si es controlado y si el aparato administrativo se sabe controlado. Si existen, por tanto, las condiciones para que los diferentes grupos sociales tengan una confianza básica acerca de que las decisiones y acciones gubernamentales son explicadas, son debatidas, y son corregibles en una arena política relativamente estable, equitativa e imparcial. Donde se puede afirmar que existe una burocracia capaz de generar resultados efectivos y capaz de corregirse, puesto que las decisiones regularmente son graduales y funcionan bajo una lógica de valores compartidos, de lo deseable.
Administrar en estas condiciones es un gran reto y requiere de una serie de habilidades, capacidades y conocimientos muy particulares. La administración pública es, pese a sus paradojas y debido al marco de desconfianza institucionalizada, el factor que da consistencia y cuerpo al gobierno. Sin este aparato las políticas públicas y las propuestas de lo colectivamente concebido como deseable no serían posibles desde una intervención de gobierno.
El liderazgo público, la importancia de la implementación y la organización, la capacidad estratégica de diseño e intervención sobre realidades de múltiples intereses y actores, son algunas de las habilidades fundamentales del administrador público. Elementos críticos de los buenos gobiernos por tanto. Los retos para mejorar la administración pública son constantes y los cambios paulatinos. Todo ello es i mportante recordarlo en este día internacional del servicio público.
Referencias
Rittel H.J. y M. Webber, ‘Dilemmas in a General Theory of Planning’, Policy Sciences, Vol. 4, No. 2, June 1973, pp. 155–69.
Sztompka, Piotr. 1997. “Trust, distrust and the paradox of democracy”. Berlin: WZB Discussion Paper. No. 97-003