[El público en el teatro se pregunta qué ocurrirá en el tercer acto. Todo parece indicar que están presencia de una tragedia o una comedia de humor muy negro. Mientras aguardan el inicio del último acto, muchos asistentes se sienten ansiosos, decepcionados, impotentes. Algunos otros están indignados y molestos por distintas razones. No hay consenso entre el público que no separan la vista del centro del escenario]
[Una voz fuerte, femenina grita] “¡Tercera llamada!
¡Tercer y último acto!
¡Comenzamos!”
[Las luces se apagan.]
[El narrador, con cara apesadumbrada, francamente abatido, aparece en el centro del escenario. Atrás de él, continúan las fotos y los videos que le ayudan en su monólogo, pero ahora, todo se ve borroso, descolorido. La obra parece estar desdibujándose. El narrador ve las imágenes. Se da cuenta, pero respira hondo, no se amedrenta, recupera la postura, se endereza, saca el pecho, acomoda la voz e inicia, por fin la última parte]
La administración pública mexicana ha sido lejana para la sociedad. Ha formado parte, muchas veces, de las mismas lógicas de corrupción, clientelismo, patronazgo, influyentismo, soberbia y frivolidad que tanto han dañado al país.
Todos sus logros, que existen, no cabe duda, se ven prácticamente borrados en el imaginario colectivo. Al menos, empañados. ¿Cómo defender a la institución llamada administración pública mexicana? Parece labor imposible.
Sin embargo, los remedios pueden ser peor que la enfermedad. ¿Se puede tener un gobierno capaz de resolver problemas públicos, de entregar servicios de manera eficaz, equitativa y transparentemente sin la administración pública, sin los aparatos gubernamentales? Por más que muchas y muchos mexicanos no lo comprendan hoy día, la respuesta es clara: no, es imposible. Sin administración pública no hay servicios, no hay organización, no hay ejecución. En el extremo algunos dicen, la administración pública es un mal necesario. Algo hay de esto.
Desde una versión menos pesimista, la cosa parece evidente: ¿cómo es la administración pública de una democracia? Hay muchas respuestas posibles. Pero una claramente equivocada: que siga siendo un botín, usada clientelarmente dependiente de la voluntad del ejecutivo, atrapada en las lógicas partidistas. Una administración pública democrática debe ser otra cosa.
Pensar que la administración pública es un conjunto de burócratas técnicos, impolutos profesionalmente, tampoco pareciera la solución. Una administración pública que entiende su papel más amplio en escuchar a la sociedad, en ser augusta, sobria, sensible a los problemas de la gente real es una necesidad también. Aparato técnico, protegido de ser un botín, pero claro en su papel social, legitimado por ser claro y abierto a la deliberación. Legítima pues.
Romper el círculo vicioso de la administración pública mexicana requiere reconstruir las bases sobre las que está sustentada. No repetir ni mucho menos ampliar el sistema de botín. Al contrario, requiere diseñar las condiciones políticas que pueden hacer a la administración pública del país una que pueda responder a la resolución de los problemas sociales, que sea sensible, augusta, sobria, y al mismo tiempo capaz técnica y profesionalmente. Respetada justamente en su papel de saber ejecutar y operar.
Primera condición: ¿cómo evitar que la AP siga siendo el brazo ejecutor a disposición y voluntad de los partidos y los actores políticos en el poder? Los síntomas son fáciles de reconocer: nombramientos sin procesos, designaciones por razones de lealtad, amistad, o pago de favores. Otros síntomas más complejos: reducción de los espacios de consulta, de los espacios de decisiones colegiadas y abiertas a la discusión y deliberación de los distintos intereses afectados por las políticas gubernamentales. Indispensable reabrir la discusión de un servicio civil o profesional, basado en un fuerte acuerdo político que sea consensuado por los actores políticos, pareciera una pieza indispensable.
Segunda condición: una administración pública alejada de la sociedad difícilmente será legítima. La administración pública de una democracia parte del principio de que, en una sociedad plural, los fines y los medios están en disputa, se discuten y se debaten. No hay monopolio de la verdad y esa es la base de la libertad de los ciudadanos. Por ello, un aparato gubernamental que pone como primera línea de defensa su conocimiento experto, está en camino justamente a diferenciarse, aislarse y dejar de ser sensible a los ciudadanos a los que se debe. El ser experto, el ser un técnico profesional, un conocedor especializado es fundamental para que una administración pública funcione. La técnica se tiene que ser discutida en muchos foros, debe buscar legitimidad política y social. Una administración pública botín está imposibilitada de mostrar, buscar y legitimar las decisiones: todo parece ser mágica y ridículamente, decisión y voluntad de los políticos que controlan a la administración pública.
[El narrador mueve flamígeramente el dedo índice al mencionar la palabra ridículamente.]
Una administración pública capaz, profesional, lo es porque es técnica, pero lo es también porque sabe cómo comunicar y discutir los supuestos, los valores, los resultados que va a obtener. Los puede contrastar y debatir, los puede cambiar y modificar ante el aprendizaje de tal confrontación y vinculación con la opinión pública, los grupos de interés y los ciudadanos en general. Esta no sólo es una condición, digamos, en el ámbito de la ética o de los valores. También lo es en el sentido práctico: los problemas sociales más importantes para una sociedad no son fáciles de enfrentar uy resolver. Se deben experimentar y buscar soluciones concretas y viables. Y a veces, fracasar en el intento, necesariamente. Una democracia aprende, paso a paso una verdad del tamaño de una catedral: no hay recetas ni varita mágica ni bala de plata para resolver los problemas. Toda solución requiere de la participación de muchas personas y grupos. Y las posibilidades de fallar, son grandes, siempre. Incluso, las posibilidades de crear nuevos problemas sin pretenderlo o buscarlo, está más que estudiado: la intervención gubernamental muchas veces genera peores o nuevos problemas que no se tenían contemplados. Pero, sociedad y gobierno, comprendiendo que no hay varitas mágicas, pueden avanzar, paso a paso, solución a solución, con factibilidad y viabilidad, ir encontrando el camino.
[La pantalla se apaga. Sólo una luz se dirige al narrador, quien dice con voz clara y animada dice:]
¿Es mucho pedir? ¿Es mucho soñar, un gobierno no clientelar ni voluntarista? ¿Una administración pública apta, capaz, modesta, que discute, experimenta, se acompaña de la sociedad para resolver, prácticamente, paso a paso, los problemas? ¿Sin varitas mágicas, sin balas de plata? ¿Usando el conocimiento, la deliberación, enfatizando las soluciones prácticas, realistas? Un sueño para México. No es una utopía, es un sueño realizable….
[El narrador se desvanece ante la luz que ilumina el centro del escenario. Las luces del escenario van apagándose poco a poco…]
Comienza a cerrarse el telón y a apagarse las luces… pero sin razón aparente se abren las cortinas de nuevo y se encienden las luces levemente…
Una animación que personifica a Mafalda camina por las tablas, con Burocracia, su tortuguita, en una mano y un libro en la otra (un espectador atento puede ver claramente que es El Proceso, de Kafka) …. Sale del escenario, alegre, sin decir palabra… Y una voz se escucha (¿Mafalda tal vez?): “Y… ¿qué quieren? El mundo no se va a arreglar solo… A darle pues…”